En esta entrevista damos un repaso a la necesidad que tiene la Iglesia de evangelizar con nuevos métodos, nuevo ardor y nuevas expresiones, y de forma especial nos explica cómo debe evangelizar la Iglesia a los niños y jóvenes de hoy.
Don Raúl nos confía que “es necesario siempre, antes incluso que los nuevos métodos, el concienciar, el provocar, para que despierte en nuestro corazón, el deseo de la Evangelización, algo que está escrito en nuestro ADN desde que somos bautizados”. Una llamada que él recibió desde muy joven, y en la que tuvo mucho que ver su familia, como también nos cuenta.
¿Qué se siente al recibir un galardón a la Nueva Evangelización dedicándose usted principalmente a los jóvenes?
Responsabilidad, agradecimiento, un poco de “miedo”, alegría, ánimo, equipo, esperanza, ilusión, impulso, agradecimiento a los delegados diocesanos y responsables de pastoral juvenil, motivación… creo que todo esto resumiría lo que pude sentir cuando me dijeron que era el galardonado.
Es cierto que uno no está acostumbrado a estas “cosas”, ni nunca lo haces pensando en ello. Pero sientes como un gran y verdadero “abrazo” ante la tarea que estás haciendo, siempre junto con un equipo de colaboradores y siendo consciente que esto nos invita a seguir dando lo mejor de lo mejor, por Dios y por los jóvenes.
¿Por qué es urgente la Nueva Evangelización? ¿Es solamente para los jóvenes?
Creo que son muchos los años que llevamos escuchando esta llamada a la Nueva Evangelización. Hasta puede ser tentador acomodarnos a escucharla y no ser conscientes que esta llamada quiere provocar en nuestra vida una verdadero “despertar”. A veces podemos caer en pensar que la Nueva Evangelización son nuevos métodos. Y no digo que no lo sea y además insisto que son necesarios, al igual que es necesario actualizar los que siempre hemos hecho para evangelizar, pero con un nuevo lenguaje, con una nueva imagen, es decir, con un dar respuesta al momento de hoy. Pero creo que es necesario siempre, antes incluso que los nuevos métodos, el concienciar, el provocar, para que despierte en nuestro corazón, el deseo de la Evangelización, algo que está escrito en nuestro “ADN” desde que somos bautizados.
Hoy más que nunca necesitamos despertar. Y despertar juntos…, juntos en una verdadera y no ficticia comunión. Y todos, es decir, jóvenes, adultos, niños, ancianos… todos. La Nueva Evangelización no es de unos pocos, ni de unos especialistas de evangelización.., es tarea de cada cristiano que sea capaz desde una verdadera conversión a Cristo, poniéndolo en el centro de nuestra vida, ser capaces de descubrir que somos verdaderos evangelizadores en nuestro ambiente, en nuestra familia, en lo pequeño y en lo grande.
¿Está cogiendo la Iglesia el tren de la Nueva Evangelización o seguimos sin nuevos métodos, nuevo ardor y nuevas expresiones, como pedía el Papa San Juan Pablo II?
Tanto San Juan Pablo II, como Benedicto XVI, como ahora el Papa Francisco, han alentado y alientan de manera especial a esos nuevos métodos, a renovar la fuerza evangelizadora en nuestros ambientes, en nuestra sociedad.
Creo que el “tren”, insisto, pasa porque cada uno de los bautizados seamos conscientes que somos potenciales evangelizadores. Es cierto que muchos se quedan en las primeras paradas del camino, otros quizá no avancen hasta ninguna meta, y otros quizá ni siquiera, aún siendo bautizados tomen el tren…, pero esto no nos debe desanimar y ante ello debemos ser conscientes, los que hemos tenido la bendición de subir al tren de la vida, del Amor de Cristo, de reconocerle en nuestra vida como imprescindible para seguir creciendo, que debemos dar lo mejor de nosotros, que evangelizar es cada minuto, cada instante de nuestra vida y por supuesto animando todas aquellas propuestas, iniciativas que ayudan a seguir en el tren, a subir a otros a este tren, o a darlo conocer como medio para llegar a contemplar la verdadera Felicidad.
La iglesia debe ser un “espacio de escucha” atenta a las inquietudes y realidades que viven nuestros jóvenes
Usted es director de la Subcomisión de Juventud e Infancia de la Conferencia Episcopal, ¿cómo debe la Iglesia evangelizar a los niños y jóvenes de hoy en día?
No hace todavía dos años tuvimos un sínodo dedicado a reflexionar sobre como abordar la realidad de los jóvenes, adolescentes. Fue expresión de un verdadero ejercicio de discernimiento comunitario, partiendo de la sinodalidad, y siendo conscientes de la importancia de los jóvenes en nuestra Iglesia y en la sociedad en general.
Y creo que de ahí salieron algunas pautas a seguir, que nos deben ayudar a abordar la realidad de los jóvenes, adolescentes y también de los niños.
En primer lugar, la iglesia debe ser un “espacio de escucha” atenta a las inquietudes y realidades que viven nuestros jóvenes, que están compartiendo un mundo en continuo cambio y con circunstancia que en muchas ocasiones afectan directamente a ellos. En segundo lugar, la escucha nos lleva a la “comprensión” y, por lo tanto, a un “diálogo” libre y abierto a las circunstancias que ellos viven. El diálogo nunca debe ser impositivo, si no propositivo.
En ese diálogo nuestro papel es el de acompañar, no dirigir. Este momento que vivimos va unido a que muchos de nuestros jóvenes están en partida, marchando hacia la no fe. Y no se trata de abandonarles, de desanimarnos porque no vemos frutos, o de no dejarles caminar… sino que nuestra actitud debe ser caminar a su lado, y desde nuestro testimonio, escucha y atención, esperar a que ellos mismos descubran a Cristo al partir el Pan, y entonces comprendan la necesidad de convertir su corazón. Pero esto exige mucha oración, dedicación, tiempo, atención, aceptación de la frustración, paciencia, amor por los jóvenes y adolescentes y sobretodo, saber caminar con ellos, incluso hacia la lejanía de la fe, para que cuando llegue el momento, que llegará, sepan que estamos ahí a su lado… de ahí que sea importante buscar una forma de comunicarnos con ellos, un lenguaje en el cual nos entiendan, nuevos métodos que provoquen el diálogo, y ofrecerles espacios donde puedan tener experiencia del encuentro con Cristo. Y todo, en su debido momento y siendo conscientes que cada uno tiene sus propias circunstancias.
¿Qué experiencias concretas podría usted indicarnos de Nueva Evangelización más allá de la tecnología?
Como vengo indicando, creo que es importante apostar en un primer momento por despertar lo que hay en nuestro corazón desde el bautismo, que es la llamada a evangelizar. En esta línea desde la subcomisión de juventud estamos ofreciendo un propuesta llamada Despertando Evangelizadores, donde 100 jóvenes de distintos lugares y realidades, tiene un curso de formación intensiva que les ayuda a experimentar la necesidad de vivir siendo evangelizadores en sus ambientes.
Quiero destacar un gran número de iniciativas que a lo largo de estos últimos años se están llevando a cabo en diócesis, movimientos y congregaciones y que están teniendo gran acogida y los frutos se van viendo poco a poco, y que están ayudando a los jóvenes a ser ellos los primeros evangelizadores de los propios jóvenes. Iniciativas como: Una luz en la noche; Cursos Alpha Jóvenes; Cursillos de Cristiandad; Curso Nueva Vida de la Escuela de Evangelización de San Andrés; Curso de Liderazgo Cristiano; Renovación Carismática; Youth Project; Liderazgo cristiano; Raid Goum; “Un año para Dios”; y algunos más que con más o menos implantación van surgiendo. A las cuales también hay que unir aquellas propuestas de “siempre” que se actualizan y se renuevan para dar respuestas a este momento puntual que vivimos.
Don Raúl Tinajero con el Arzobispo Primado de Toledo, don Francis Cerro, y dos sacerdotes de su diócesis
Estos galardones quieren reconocer el trabajo de los sacerdotes. Pregunta obligada: ¿cómo fue su llamada al sacerdocio? ¿Cómo fue su encuentro con Cristo como para decirle ‘te sigo’?
La verdad que es un larga historia. Siempre que doy testimonio de como fue mi camino vocacional, les digo que todo comenzó cuando tan sólo tenía 3 meses, pero yo no era consciente de nada de eso…(al final diré por qué).
Fue con 13 años cuando entré en el Seminario Menor de Toledo. Dios llama de muchas maneras y se vale de muchas personas y cada uno tenemos nuestra propia historia. En mi caso, un primo hermano mío había marchado un año antes al Seminario de Uclés, en Cuenca, y me escribía alguna vez que otra, diciéndome lo bien que estaba. Entre las cosas que me contaba, me llamaba la atención que siempre estuvieran contentos, lo pasaran bien entre los chavales que estaban juntos y alguna vez (entiendo que en convivencias o campamentos), iban a la piscina. En aquellos tiempos no había tantas piscinas como ahora. Yo competía en natación en mi pueblo y aquello que me contaba, me gustaba… yo era un chaval de un pueblo con una religiosidad importante, de una familia sencilla, respetuosa y trabajadora. Mi pueblo era de tradición de sacerdotes, aunque llevaban casi 20 años sin ser ordenado un sacerdote local.
Para ser feliz, no se trata de hacer mi voluntad, sino comprender la voluntad de Dios para mí
Así se encendió la pequeña llama, y le dije a mis padres que yo quería irme al seminario, al terminar 8º de EGB. Hablaron mis padres con los sacerdotes de la parroquia, aunque no estaban muy convencidos de que me fuera y siendo tan jovencito y ellos nos dijeron que a mí me correspondía ir a Toledo, ya que mi pueblo es de esta Diócesis. Yo iba a misa todos los domingos, con mis amigos, a la catequesis de confirmación y la verdad que recuerdo el día de mi confirmación como un día importante para mí, es cierto, que dentro de lo que podía haber una cabecita y en un corazón de 13 años.
Acepté ir a Toledo, aunque no iba a estar con mi primo. Y el primer día de la convivencia para entrar, donde todos éramos chavales nuevos que teníamos inquietud por entrar al seminario, la verdad que no sólo uno se sentía un poco sólo a esa edad, sino que me dediqué a dar vueltas por los patios del Seminario de Toledo, que son inmensos… ¡¡Y no encontré la piscina!! Así que fueron dos momentos duros… sin mi primo y sin piscina. Cuando pasa el tiempo te das cuenta que el Señor habla en un “idioma” que se hace entendible para cada uno dentro de sus circunstancias. La cuestión es escucharle.
Comencé aquellos años del Seminario Menor, años hermosos, complicados por la adolescencia, con grandes amigos, lejos de la familia y, por supuesto, siempre abrazado por la misericordia de Dios que te iba moldeando y cuidando.
Debía dar el paso para entrar el Seminario Mayor, y estudiar ya la Teología para prepararme al Sacerdocio. Lo hice. Pero cuando ya llevaba 8 años (3 en el mayor), vi conveniente, tras dialogarlo con mi director espiritual y formadores, con 21 años, que necesitaba hacer un discernimiento, pero fuera del Seminario. Lo dejé y estuve tres años estudiando teología en Madrid, por mi cuenta, trabajando para poder pagarme los estudios y conviviendo como un joven más que estaba en esa época universitaria. Fueron años de altibajos, de búsqueda, de distanciamiento, de idas y vueltas, pero sobretodo, años que me ayudaron para comprender que Dios seguía moldeando, seguía teniendo paciencia, esperando el momento… Y llegó. Tras largos tiempos de reflexión, de oración y de diálogo, comprendí que no se trataba para ser feliz hacer mi voluntad, sino comprender la voluntad de Dios para mí. Solicité volver al Seminario de Toledo, tras conversación con el entonces Cardenal Martínez Álvarez. Me dijeron que volviera y aceptando que mi situación era especial. Ya había terminado los estudios teológicos, y por supuesto no había perdido nunca en esos tres años el contacto con los compañeros, formadores…
Volví en octubre de 1997, en diciembre de ese mismo año, el Cardenal me concedió los ministerios de lector y acólito, y me admitió a las sagradas órdenes. En julio de 1998 fui ordenado diácono y el 20 de diciembre de 1998 me ordenaron sacerdote. Dios seguía moldeando, y en ese momento era ya instrumento suyo para servir, entregarme y amar desde Él. “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13)
El 23 de diciembre de 1998 canté misa. Y la tarde anterior, hablando en casa con mis padres y demás familia, mi madre me dijo una cosa que llamó mi atención. Dijo: “Dios cumple siempre si le pides con fe”. Le dije que me explicara por qué comentaba esto ahora. Y entonces me contó algo que toda la familia sabíamos: cuando yo tenía 3 meses de edad, un domingo, mis hermanos mayores (somos 5, yo soy el 4), discutieron por bajarme de la habitación hasta la planta baja y en un descuido, cayeron conmigo por la escalera. El golpe en mi cabeza fue brutal. Tanto que al llegar al hospital en Toledo (a 80 kilómetros), le dijeron a mi madre que era complicado que pudiera aguantar con vida. Me separaron de mi madre. Sólo le dejaban verme dos veces al día por una ventanita. Cada día era un regalo. Los médicos entonces dijeron que no moriría ya, pero que perdería varios sentidos. Y así durante 13 días que me tuvieron apartado de mi madre. Pasados esos días, me dieron el alta y hasta hoy. Nunca he vuelto a ir al médico a revisión por esta cuestión. Todo esto lo sabíamos. Y era también entendible que como cualquier otra madre en esta situación, la mía, pasara muchos momentos en la capilla del hospital pidiendo a Dios por mí. Lo que nunca había dicho mi madre es lo que en su oración le decía a Dios. Y aquella tarde del 22 de diciembre, nos lo dijo y dio a entender la frase que nos había dicho “Dios cumple siempre si le pides con fe”. Mi madre sólo le decía a Dios: “Si lo curas, si lo sanas, es para ti”.
Lo que nunca había dicho mi madre es lo que en su oración le decía a Dios
Más allá de los métodos hay algo que no se puede dejar de lado: la vida de oración. ¿Cómo es su vida de oración diaria? ¿Cómo es su relación con Cristo sabiendo que se tiene que ‘llenar’ de Él para luego llevarlo a los jóvenes?
Nunca puede darse la acción sino hay contemplación. Para aquellos que nuestra vida, seamos sacerdotes, laicos, consagrados, está dedicada una acción continua evangelizadora en nuestro ambiente, en nuestra realidad, es necesario que esa acción salga de un verdadera contemplación. Para ello debemos tener una “conexión” continua con Cristo. Es lo que trato de vivir en mi vida desde el ministerio sacerdotal, para entregarme especialmente a lo que se me ha encomendado desde hace ya muchos años, los jóvenes.
Cuidar esos momentos en los cuales te encuentras cara a cara con el Señor. Que en muchas ocasiones no pueden ser sólo en un templo y en paz, pero que aprendes a valerte de situaciones concretas en un viaje, en un despacho, en un paseo. Estos momentos de oración en los cuales descubres ese abrazo continuo de Dios, que te sustenta, que te da fuerzas, que te da la luz del Espíritu para seguir hacia delante, para tratar de seguir dando la vida desde el ministerio sacerdotal. Seguir creciendo en unión con Cristo, sentirte abrazado por nuestra Madre y comprender la tarea corresponsable de evangelización en la Iglesia. Para ello también es necesario, desde esa unión en Cristo, aprender a hacer de la acción también contemplación. Y en todo ello, la Eucaristía, vivirla en comunidad, porque en muchas ocasiones por mis tareas y más en esta situación que hemos vivido de pandemia, pues he tenido que celebrarla sólo, se convierte es ese alimento diario que te fortalece, que te une a la misión de la Iglesia, y que hace comprender que la Palabra de Dios es la luz sigue viva y es presente.
Y por último, pero tan importante como mi oración personal, es la oración que otros hacen por ti y por la labor que tengo encomendada. Esa oración en la cual piden por ti, la necesito cada día y me encomiendo a ella continuamente. Y desde aquí les pido que recen por los jóvenes, por todos los que trabajan por ellos y si les queda un poco de tiempo, también oren por mi. Muchas gracias.
Videoentrevista presentación para la entrega de los Galardones