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Galardones Alter Christus| Entrevista a Alberto Hernández, volcán de La Palma: “Las ‘piedras vivas’ que formamos la Iglesia seguimos construyendo comunidad”

Don Alberto Hernández galardón Alter Christus 900

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Don Alberto Hernández es el párroco de Todoque, en La Palma. Ha recibido este año un galardón Alter Christus porque, aunque el volcán se llevó por delante cultivos, hogares y también la iglesia parroquial, lo que no se llevó fue su entrega sacerdotal generosa a los damnificados, haciendo de su propia casa un lugar de acogida a los vecinos. “Sigo siendo párroco de todos -afirmó entonces-, aunque no hay templo, sí hay comunidad, y lo importante son las personas y eso afortunadamente está”.
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  • La respuesta de la gente “me hace sentir muy orgulloso como párroco y doy gracias a Dios por haberme permitido vivir estos difíciles momentos en medio de ellos”.
  • ¿Renace la esperanza? En mi opinión, la esperanza siempre ha estado. Diría que lo que renace, poco a poco, es la ilusión.

Don Alberto es natural de Santa Cruz de La Palma, tiene 41 años, de los cuales lleva 16 como sacerdote. Es párroco de varias poblaciones, y entre ellas Todoque, el principal núcleo urbano afectado por el famoso volcán de Cumbre Vieja. A la semana del despertar del volcán, el templo de la parroquia de San Pío X desapareció: “Sentí que el Señor, una vez más, se hacía solidario con su Pueblo. Su Casa desaparecía junto a la de sus hijos e hijas. Aquel día el Señor también perdió su Casa en aquel barrio, como un vecino más”, nos cuenta en esta entrevista. El templo ha desaparecido, pero no el sentimiento de comunidad, la generosidad de los feligreses, la vida sacramental, las catequesis o las visitas a los ancianos y enfermos allí donde se encuentren.

 

Alberto Hernández, junto a sus feligreses, con la ceniza del volcán a sus pies
Alberto Hernández, junto a sus feligreses, con la ceniza del volcán a sus pies.

 

¿Qué siente un párroco cuando ve que la lava devora su parroquia? Porque una cosa es ver las imágenes en televisión y otras vivirlas en propia carne. ¿Qué siente el sacerdote?

El Templo parroquial de San Pío X, en Todoque, desapareció justo una semana después de la erupción. Una semana, aquella primera, en la que las imágenes de construcciones que eran destruidas por la lava nos prepararon de algún modo para ver cómo también era sepultada la Parroquia.

 

Sentí la lógica tristeza, compartida por los vecinos del barrio, de perder un espacio tan importante en la vida de toda comunidad cristiana. Como lugar de celebración y de encuentro, la iglesia parroquial, durante más de sesenta años, acogió entre sus paredes muchos momentos de singular importancia para la vida de aquellos vecinos. Sentí que el volcán nos arrebataba un trocito más de nuestra historia, de nuestra memoria colectiva, un lugar querido por creyentes y no creyentes como icono de Todoque. Pero al mismo tiempo (y así lo compartía en las eucaristías de aquellos días) sentí que el Señor, una vez más, se hacía solidario con su Pueblo. Su Casa desaparecía junto a la de sus hijos e hijas. Aquel día el Señor también perdió su Casa en aquel barrio, como un vecino más.

La fidelidad a la Eucaristía, pese a las dificultades que suponía la dispersión por la Isla, me conmovía: verles acudir cada Domingo, experimentar junto a ellos el enorme consuelo que el Señor nos regalaba, alegrarnos de permanecer unidos y de necesitarnos como comunidad.

Y sus feligreses, ¿cómo reaccionaron ante las grandes necesidades humanas, económicas y espirituales que les venían?

De un modo ejemplar. Los gestos de solidaridad se multiplicaron. Quienes disponían de algún espacio disponible, lo cedieron para acoger a familias desplazadas. Fue admirable el testimonio de quienes, aun estando afectados por el volcán en sus viviendas y medios de vida, se comprometieron en labores de voluntariado socorriendo las necesidades de otros.

 

La fidelidad a la Eucaristía, pese a las dificultades que suponía la dispersión por la Isla, me conmovía: verles acudir cada Domingo, experimentar junto a ellos el enorme consuelo que el Señor nos regalaba, alegrarnos de permanecer unidos y de necesitarnos como comunidad. Todo ello, al recordarlo, me hace sentir muy orgulloso como párroco y doy gracias a Dios por haberme permitido vivir estos difíciles momentos en medio de ellos.

 

Alberto Hernández, párroco de Todoque
Alberto Hernández, párroco de Todoque.

 

Ahora que se ha quedado sin templo, ¿se ha quedado también sin parroquia? ¿Cómo atiende pastoralmente a los feligreses de Todoque?

La Parroquia tiene por definición un componente territorial. En el caso de Todoque (y de parte de Las Manchas y La Laguna, las otras comunidades a las que acompaño) el territorio se ha visto modificado. No existen los asentamientos que conformaban las Parroquias, pero sí están sus gentes. Ahora viven en otros lugares, pero siguen manteniendo una fuerte identidad. El sentido de pertenencia a sus barrios y comunidades no se ha perdido. La atención pastoral a los vecinos de Todoque y de los otros lugares afectados, que no han podido regresar a sus casas porque han desaparecido o no son habitables, tiene como lugares de referencia los templos que se han conservado.

 

El de San Isidro, en La Laguna, es ahora el hogar compartido por dos comunidades parroquiales. Las imágenes rescatadas de la iglesia de Todoque están allí y la misa dominical sigue celebrándose allí a las diez de la mañana, como ocurría en Todoque. Aunque algunos aspectos de la pastoral deben ahora adaptarse a la nueva situación, creo que lo esencial de la vida parroquial de Todoque pervive.

No existen los asentamientos que conformaban las Parroquias, pero sí están sus gentes. Ahora viven en otros lugares, pero siguen manteniendo una fuerte identidad.

Los enfermos y ancianos siguen siendo visitados (ahora, en sus nuevas viviendas), los niños y jóvenes vuelven a la catequesis parroquial y los diferentes grupos de oración y formación poco a poco retoman su actividad habitual.

 

Diría que con la caída del Templo se perdió una construcción, pero las “piedras vivas” que formamos la Iglesia seguimos construyendo comunidad.

 

Alberto Hernández, en el desaparecido templo de Todoque
Alberto Hernández, en el desaparecido templo de Todoque.

 

Usted ha albergado a feligreses de Todoque en su casa. ¿Cuánta gente ha pasado por su casa? ¿Qué necesidades tenían?

Un año después, son muchas las familias que están ya en sus nuevos hogares o prevén estarlo en breve. La casa parroquial prestó un servicio los primeros días de erupción, pero pronto tuvimos que abandonarla, al evacuarse el barrio en el que se encuentra. Entonces también yo fui acogido en otra vivienda (la del arcipreste) y conmigo, un vecino de Puerto Naos. A otras familias pudimos encontrarles alojamiento gracias a la generosidad de quienes me llamaron para ofrecerme sus casas. Cuando la casa parroquial ya no era una opción, otras puertas se abrieron y las necesidades más urgentes pudieron atenderse.

 

Los enfermos y ancianos siguen siendo visitados en sus nuevas viviendas, los niños y jóvenes vuelven a la catequesis y los diferentes grupos de oración y formación retoman su actividad habitual.

 

Consuelo en medio del volcán
Consuelo en medio del volcán.
¿Qué expectativas tienen como parroquia con una población dispersa y en esta situación? ¿Renace la esperanza?

Dios proveerá. No pienso demasiado en el futuro. Si algo debiéramos haber aprendido quienes vivimos el volcán es que todo puede cambiar en un instante. Estos meses transcurridos desde el final de la erupción, y sobre todo desde que hemos podido reabrir los templos, han sido difíciles, pero también muy hermosos. Como comunidad cristiana nos tocará en adelante seguir escuchando al Señor y escuchándonos unos a otros. De ahí saldrá el camino a recorrer.

 

¿Renace la esperanza? En mi opinión, la esperanza siempre ha estado. Diría que lo que renace, poco a poco, es la ilusión.

 

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