Galardón Alter Christus Pastoral Social | Entrevista P. Florencio Roselló Avellanas, mercedario: “Somos un rostro amable en prisión, somos camino de libertad”
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- “Me siento Iglesia privilegiada y Merced elegida cada vez que entro en una cárcel, cada vez que hablo con un preso, porque lo estoy haciendo con el mismo Jesús preso”.
- “El sacerdote y su equipo de pastoral, sobre todo, acompañan al hombre y mujer en prisión. Escuchar, enjugar lágrimas y crear esperanza. Humanizar y dignificar a la persona presa”.
Este mercedario es de Alcorisa, Teruel, tiene 60 años, de los cuales 36 de sacerdote, y toda una vida dedicada a los hombres y las mujeres que viven en las cárceles. Desde su experiencia, el P. Roselló nos pide a todos los católicos que cambiemos la mirada, pues la mirada de la Iglesia para los presos “debe ser de misericordia, de reconciliación. La Iglesia debe de ser esperanza en la desesperanza. Mano amiga, sonrisa abierta y oportunidad ofrecida”.
El problema es que el mundo de las prisiones “es invisible” a los ojos del mundo e, incluso, a veces, de la propia Iglesia. Pero en la prisión, los presos se encuentran con Cristo: “Los amigos, ‘los colegas’, algunas veces, las familias ya cansadas, les dejan y se encuentran consigo mismo, y se acercan a Jesús con la esperanza de encontrar una palabra amiga, un gesto misericordioso, una oración sencilla, que les acerca a Dios como su último recurso, todo falla, pero Dios está allí”, nos explica el P. Florencio Roselló.
¿En qué medida su vocación religiosa de mercedario le ha influido a trabajar directamente en las prisiones?
En todo. Siempre quise ser sacerdote. De pequeño tenía como modelo al sacerdote diocesano de mi pueblo. Ingresé en la Merced por otras motivaciones, pero con la idea de volver al seminario diocesano. Pero un día, en el seminario mercedario, alguien nos habló de los presos, de su situación, del compromiso de la Merced, y cambio mi vida y mi orientación vocacional, y hasta hoy.
Pisé la primera prisión en el año 1983, siendo seminarista mercedario, concretamente la extinta cárcel modelo de Valencia, no era sacerdote, aún tardé varios años en ordenarme. Y desde entonces no ha pasado un año sin pisar bastantes veces las diferentes prisiones del mundo.
Estoy en la Merced por el compromiso, no solo institucional, sino, sobre todo, personal, con los hombres y mujeres en prisión. Me siento Iglesia privilegiada y Merced elegida, cada vez que entro en una cárcel, cada vez que hablo con un preso, porque lo estoy haciendo “con el mismo Jesús preso”.
El mundo de las prisiones es invisible porque las personas que están en la cárcel no se ven, como sí que se ven en un hospital, en un colegio o en una parroquia.
En alguna ocasión ha comentado que el mundo de las prisiones es invisible. ¿Por qué nos resulta así? ¿Quizá debería ser de otra forma? ¿Cómo?
Lo he dicho y lo mantengo. Primero porque las personas que están en la cárcel no se ven, como sí que se ven en un hospital, en un colegio o en una parroquia. Sin profundizar que la mayoría de las prisiones están fuera de las ciudades y físicamente tampoco se ven.
En segundo lugar, porque las familias que tienen un miembro en prisión lo llevan con silencio y discreción, otras con vergüenza, porque no ayuda tener un familiar preso. Y, en tercer lugar, porque en nuestra sociedad ponemos etiquetas, y a quien está en prisión se le considera malo, culpable e indigno de vivir en nuestra sociedad, se le aparta de la convivencia social, por eso, si no se sabe de su paso por prisión, mejor.
Y esta invisibilidad se traduce en mayor dificultad a nivel de ayudas y apoyos al mundo de la cárcel, inclusive, dentro de la misma Iglesia.
¿Qué hace en el día a día un sacerdote y su equipo de pastoral en una prisión?
Sobre todo, acompañar al hombre y mujer en prisión. Escuchar, enjugar lágrimas y crear esperanza. Humanizar y dignificar a la persona presa. El preso tiene una baja autoestima, y necesitan quererse, valorarse. La Iglesia es esperanza en prisión.
Lo hacemos a través de celebraciones, actividades pastorales y sociales. En general los presos nos ven con buenos ojos, porque ni les condenamos ni les juzgamos, la mayoría de las veces no sabemos su delito… tampoco nos importa, nos interesa la persona, y eso facilita nuestra relación. Mientras haya un preso en prisión, la Iglesia deberá estar junto a ellos.
Los presos nos ven con buenos ojos, porque ni les condenamos ni les juzgamos, la mayoría de las veces no sabemos su delito. Tampoco nos importa: nos interesa la persona.
¿Puede hablarnos más de cómo los presos cómo les ven a ustedes y a la Iglesia?
Nos ven como una ventana de aire fresco que entra en la cárcel. Como el padre, la madre o el familiar que no tienen cerca. Somos confianza y muchas veces paño de lágrimas de su impotencia y situación.
Nos ven como alguien que los mira a los ojos, que les llama por su nombre y que no les juzgamos, sino que creemos en las segundas oportunidades. En muchos casos nos ven como la única puerta de normalizar su vida en la calle. Somos un rostro amable en prisión, somos camino de libertad.
Tenemos el concepto de las cárceles como escuela de delincuentes. ¿Esto es así? ¿O las cárceles cambian el corazón de las personas y les acercan a Cristo y a la Iglesia?
Es cierto que la cárcel marca. Por un lado, a nivel social crea un estigma. Y es cierto, en la cárcel uno oye, ve, y aprende situaciones que nunca hubiera pensado. El preso está por un delito, y eso con el tiempo se comparte, y en algunos casos se aprende, y ahí tenemos la escuela del delito. Hace falta tener mucha personalidad para que la cárcel no te marque ni te deje huella.
Y sí, en prisión muchos presos se acercan a Dios, porque en muchas situaciones se encuentran solos. Los amigos, “los colegas”, algunas veces las familias ya cansadas, les dejan y se encuentran consigo mismos, y se acercan a Jesús con la esperanza de encontrar una palabra amiga, un gesto misericordioso, una oración sencilla, que les acerca a Dios como su último recurso, todo falla, pero Dios está allí.
Nos ven como alguien que los mira a los ojos, que les llama por su nombre y que no les juzgamos, sino que creemos en las segundas oportunidades.
Ustedes también continúan su misión con los hombres y las mujeres que salen de la cárcel. ¿En qué consiste esta labor?
El capellán, los voluntarios, cuando entramos en prisión lo hacemos convencidos de que el que está preso está de paso. Los presos suelen decir “de aquí se sale”, y yo que lo vivo sé que es verdad. Pero hay que trabajar esa salida. Uno no puede salir igual que entró.
Tanto creemos que el preso debe tener oportunidades fuera, en la calle, que en el año 2021 la Iglesia en España, tenía 85 casas, hogares o pisos de acogida para hombre y mujeres sin recursos o apoyo familiar, en cuyos pisos se acogieron a casi 3.000 hombres y mujeres presos. Y lo hacemos porque creemos en las segundas oportunidades. Además de acompañamientos y apoyo familiar.
¿Cómo debería ser la mirada de un católico ante al mundo de los presos? ¿Qué reto nos lanza?
La mirada debería ser desde la misericordia, desde la reconciliación. Desde el no juzgar, no señalar y mucho menos estigmatizar. De confiar en las personas. De no creernos superiores a ellos. Y de repetir lo que dice el Papa Francisco siempre que va a una prisión: “¿Por qué ellos, y no yo?”.
No estoy diciendo desde la inocencia, porque la mayoría de los presos han cometido un delito y están juzgados, pero están pagando su pena, dejemos que la libertad sea plena, sin pesadas cargas que los acompañen toda su vida. La Iglesia debe de ser esperanza en la desesperanza. Debe de ser mano amiga, sonrisa abierta y oportunidad ofrecida.
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