Regnum Christi Italia

Una vida orante

Los ritmos del día y la semana forjan paso a paso una vida orante. El año repite ese mismo ciclo, con mayor extensión y profundidad. Cada año la naturaleza renace en primavera y alcanza su madurez en verano, pero, como naturaleza caída, declina en otoño y muere en invierno. Son estas, también, las etapas de la vida humana en la tierra: nacimiento y juventud, madurez, ancianidad y muerte.

 

Cada ciclo litúrgico contiene esos mismos pasos. El nacimiento a la vida nueva viene anunciado por el Adviento y la Navidad; el peso del pecado y la muerte, por la Cuaresma. Pero el ciclo litúrgico rompe las cadenas del mal en el Triduo Pascual, que celebra la pasión, muerte y resurrección de Jesús, quien rompe las cadenas del pecado y de la muerte y nos introduce en una vida nueva.

 

Entre ambos periodos fuertes de celebración, median dos momentos del tiempo ordinario. El año litúrgico concluye con la solemnidad de Cristo Rey, que anuncia la venida definitiva de Cristo y su victoria final sobre el mal, el pecado y la muerte. Cuando Él venga Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15, 25-28).

 

La vivencia del año litúrgico nos permite madurar en el encuentro con el Cristo vivo que caminó entre nosotros. Con Él, año tras año, redescubrimos y recorremos, una vez más, paso a paso, la historia de la salvación.

 

 
 
Adviento y Navidad

El año del Señor comienza en Adviento, preparación para la triple venida de Jesús, pues Él ya vino, nacido de María; viene hoy, en la vida de la Iglesia; y vendrá con gloria al final de la historia. Este tiempo combina la espera y vigilia penitenciales con la esperanza y la alegría por la venida del Mesías. Cuenta con cuatro domingos, el tercero de ellos conocido como Gaudete (Gozad): «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Y que todos conozcan vuestra clemencia. El Señor está cerca. No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias» (Flp 4, 4-6).

 

En Adviento existen diferentes tradiciones cristianas, según los países: posadas, corona de Adviento, preparación del pesebre y del árbol de Navidad… Son una oportunidad muy buena para vivir la fe en familia.

 

La celebración del nacimiento de Jesús el día de Navidad suele acompañarse de una cena, la Noche Buena, en la que se tiene un recuerdo especial del Salvador. La misa de medianoche, en muchos países, es de especial solemnidad y tradición. Meditar las lecturas de la vigilia de Navidad durante estos días ayuda a vivir mejor este momento fuerte del Espíritu. La Navidad se pro- longa y se une a la fiesta de la Epifanía. El nacimiento en Belén y la adoración de los magos son expresiones de la manifestación del Señor y de la participación en su gracia, a todos los hombres de buena voluntad.

 

La solemnidad del Bautismo del Señor da inicio al tiempo ordinario, una invitación a vivir la vida nueva en Cristo en las circunstancias ordinarias de la vida. Este tiempo se interrumpe con la Cuaresma y se retoma después de Pentecostés para cerrar el año litúrgico con la solemnidad de Cristo Rey.

 
 
Cuaresma, Semana Santa y Pascua

El Miércoles de Ceniza marca el inicio de la Cuaresma: cuarenta días en que nos unimos al Señor en su desierto, en su subida a Jerusalén para culminar su entrega por nosotros. Es un tiempo propicio para la conversión: para volver la mirada y los pasos hacia el Padre que nos sale al encuentro con su misericordia. La oración, el ayuno y la limosna, a imitación de Jesús, nos ayudan a que el corazón se haga más libre de las tentaciones del mundo y se entregue a Dios. Los viernes de Cuaresma tradicionalmente son penitenciales: la Iglesia nos pide abstenernos de comer carne. Una oración particularmente apta para estos días es el rezo del vía crucis, que recuerda los últimos pasos de Jesús el Viernes Santo.

 

El Triduo Pascual (del Jueves Santo al Domingo de Resurrección) es el momento más intenso del año litúrgico. El jueves tiene su centro en la celebración de la Cena del Señor y la Iglesia recomienda un tiempo de adoración en la noche acompañando a Cristo Eucaristía. El viernes celebramos la Pasión del Señor que dará paso, tras el silencio del sábado, al aleluya de la Resurrección, en la Vigilia Pascual, que se prolonga durante cincuenta días hasta la solemnidad de Pentecostés.

 

Cada país tiene tradiciones arraigadas que ayudan a vivir como comunidad una vida nueva en Cristo: procesiones, predicaciones especiales, lectura meditada de los evangelios de la Pasión… Es también ocasión para seguir de cerca las predicaciones del Santo Padre y recibir su bendición urbi et orbi el día de Pascua.

La Pascua es tiempo en que Cristo Resucitado sale a nuestro encuentro y fortalece nuestra fe, como lo hizo con los discípulos. Es tiempo para recordar que Dios sigue actuando en su Iglesia, haciendo nuevas todas las cosas. La Ascensión y Pentecostés son solemnidades en las que el Señor nos consuela, pues sigue haciéndose presente por obra de su Espíritu, que habita en nosotros.

 
 
Vía crucis

El vía crucis marca el paso de catorce momentos de Jesús camino del Calvario. Se recorre normalmente en grupo, especialmente el Viernes Santo, y también los otros viernes de Cuaresma, aunque puede hacerse durante todo el año. Su meditación nos permite recrear en el espacio y el tiempo, la mente y el corazón, los momentos supremos de la entrega de Cristo por nuestra redención, propiciando actitudes íntimas y cordiales de compunción de corazón, confianza, gratitud, generosidad e identificación con Cristo.

 

Existen diversas oraciones que pueden ayudar a la meditación de cada uno de los pasos. Aquí te proponemos un Via Crucis bíblico, propuesto por Juan Pablo II el Viernes Santo de 1991, pero puedes buscar otros muy populares de diversos santos y papas.

 

Primera estación: Jesús en el Huerto de los Olivos

Llegan a un huerto, que llaman Getsemaní, y dice a sus discípulos: «Sentaos aquí mientras voy a orar». Se lleva consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir espanto y angustia, y les dice: «Mi alma está triste hasta la muerte. Quedaos aquí y velad». Y, adelantándose un poco, cayó en tierra y rogaba que, si era posible, se alejase de él aquella hora; y decía: «¡Abba!, Padre: tú lo puedes todo, aparta de mí este cáliz. Pero no sea como yo quiero, sino como tú quieres». Vuelve y, al encontrarlos dormidos, dice a Pedro: «Simón ¿duermes?, ¿no has podido velar una hora? Velad y orad, para no caer en tentación; el espíritu está pronto, pero la carne es débil». De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras. Volvió y los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se les cerraban. Y no sabían qué contestarle. Vuelve por tercera vez y les dice: «Ya podéis dormir y descansar» (Mc 14, 32-41).

 

Segunda estación: Jesús, traicionado por Judas, es arrestado

«¡Levantaos, vamos! Ya está cerca el que me entrega». Todavía estaba hablando, cuando se presenta Judas, uno de los Doce, y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña, diciéndoles: «Al que yo bese, es él: prendedlo y conducidlo bien sujeto». Y en cuanto llegó, acercándosele le dice: «¡Rabbí!». Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron (Mc 14, 42-46).

 

Tercera estación: Jesús es condenado por el Sanedrín

Los sumos sacerdotes y el Sanedrín en pleno buscaban un testimonio contra Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque muchos daban falso testimonio contra él, los testimonios no concordaban. Y algunos, poniéndose de pie, daban falso testimonio contra él diciendo: «Nosotros le hemos oído decir: “Yo destruiré este templo, edificado por manos humanas, y en tres días construiré otro no edificado por manos humanas”». Pero ni siquiera en esto concordaban los testimonios. El sumo sacerdote, levantándose y poniéndose en el centro, preguntó a Jesús: «¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que presentan contra ti?». Pero él callaba, sin dar respuesta. De nuevo le preguntó el sumo sacerdote: «¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?». Jesús contestó: «Yo soy. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del Poder y que viene entre las nubes del cielo». El sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras, dice: «¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué os parece?». Y todos lo declararon reo de muerte (Mc 14, 55-64).

 

Cuarta estación: Jesús es negado por Pedro

Mientras Pedro estaba abajo en el patio, llega una criada del sumo sacerdote, ve a Pedro calentándose, lo mira fijamente y dice: «También tú estabas con el nazareno, con Jesús». Él lo negó diciendo: «Ni sé ni entiendo lo que dices». Salió fuera al zaguán y un gallo cantó. La criada, al verlo, volvió a decir a los presentes:

 

«Este es uno de ellos». Pero él de nuevo lo negaba. Al poco rato, también los presentes decían a Pedro: «Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo». Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar: «No conozco a ese hombre del que habláis». Y enseguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó de las palabras que le había dicho Jesús: «Antes que el gallo cante dos veces, me habrás negado tres», y rompió a llorar (Mc 14, 66-72).

 

Quinta estación: Jesús es juzgado por Pilato

Apenas se hizo de día, los sumos sacerdotes con los ancianos, los escribas y el Sanedrín en pleno, hicieron una reunión. Llevaron atado a Jesús y lo entregaron a Pilato. Pilato le preguntó: «¿Eres tú el rey de los judíos?». Él respondió: «Tú lo dices». Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le preguntó de nuevo: «¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan». Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba extrañado. Por la fiesta solía soltarles un preso, el que le pidieran. Estaba en la cárcel un tal Barrabás, con los rebeldes que habían cometido un homicidio en la revuelta. La muchedumbre que se había reunido comenzó a pedirle lo que era costumbre. Pilato les preguntó: «¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?». Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran la libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó: «¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?». Ellos gritaron de nuevo: «Crucifícalo». Pilato les dijo: «Pues ¿qué mal ha hecho?». Ellos gritaron más fuerte:

 

«Crucifícalo». Y Pilato, queriendo complacer a la gente, les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran (Mc 15, 1-15).

 

Sexta estación: Jesús es flagelado y coronado de espinas

Después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran. Los sol- dados se lo llevaron al interior del palacio –al pretorio– y convocaron a toda la compañía. Lo visten de púrpura, le ponen una corona de espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo: «¡Salve, rey de los judíos!». Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando las rodillas, se postraban ante él. Terminada la burla, le quitaron la púrpura y le pusieron su ropa (Mc 15, 15-20).

 

Séptima estación: Jesús carga la cruz

Tomaron a Jesús, y, cargando él mismo con la cruz, salió al sitio llamado «de la Calavera» (que en hebreo se dice Gólgota) (Jn 19, 17).

 

Octava estación: Jesús es ayudado por Simón el Cireneo a llevar la cruz

Pasaba uno que volvía del campo, Simón de Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo; y lo obligan a llevar la cruz (Mc 15, 21).

 

Novena estación: Jesús encuentra a las mujeres de Jerusalén

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos, porque mirad que vienen días en los que dirán: “Bienaventuradas las estériles y los vientres que no han dado a luz y los pechos que no han criado”. Entonces empezarán a decirles a los montes: “Caed sobre nosotros”, y a las colinas: “Cubridnos”; porque, si esto hacen con el leño verde, ¿qué harán con el seco?». Conducían también a otros dos mal- hechores para ajusticiarlos con él (Lc 23, 27-31).

 

Décima estación: Jesús es crucificado

Y cuando llegaron al lugar llamado «La Calavera», lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Hicieron lotes con sus ropas y los echaron a suerte. El pueblo estaba mirando, pero los magistrados le hacían muecas, diciendo: «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo». Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos» (Lc 23, 33-38).

 

Undécima estación: Jesús promete su reino al buen ladrón

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía: «¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo:

«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 39-43).

 

Duodécima estación: Jesús en cruz, su madre y el discípulo

Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y junto a ella al discípulo al que amaba, dijo a su madre:

«Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora, el discípulo la recibió como algo propio (Jn 19, 25-27).

 

Decimotercera estación: Jesús muere en la cruz

Era ya como la hora sexta, y vinieron las tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora nona, porque se oscureció el sol. El velo del templo se rasgó por medio. Y Jesús, clamando con voz potente, dijo: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu». Y, dicho esto, expiró. El centurión, al ver lo ocurrido, daba gloria a Dios, diciendo: «Realmente, este hombre era justo». Toda la muchedumbre que había concurrido a este espectáculo, al ver las cosas que habían ocurrido, se volvía dándose golpes de pecho. Todos sus conocidos y las mujeres que lo habían seguido desde Galilea se mantenían a distancia, viendo todo esto (Lc 23, 44-49).

 

Decimocuarta estación: Jesús es sepultado

Había un hombre, llamado José, que era miembro del Sanedrín, hombre bueno y justo (este no había dado su asentimiento ni a la decisión ni a la actuación de ellos); era natural de Arimatea, ciudad de los judíos, y aguardaba el reino de Dios. Este acudió a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. Y, bajándolo, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación y estaba para empezar el sábado. Las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea lo siguieron, y vieron el sepulcro y cómo había sido colocado su cuerpo. Al regresar, prepararon aromas y mirra. Y el sábado descansaron de acuerdo con el precepto (Lc 23, 50-56).

 

Bendición final

Que tu bendición, Señor, descienda con abundancia sobre este pueblo, que ha celebrado la muerte de tu Hijo con la esperanza de su santa resurrección; venga sobre él tu perdón, concédele tu consuelo, acrecienta su fe y guíalo a la salvación. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 
 
Sagrado Corazón de Jesús y Cristo Rey

El Regnum Christi celebra con singular devoción el Sagrado Corazón de Jesús y la solemnidad de Cristo Rey. Jesús es a la vez «Amigo y Señor», «Rey Nuestro» y compañero cercano y afectuoso, con quién nos une un «amor personal, real, apasionado y fiel» (cf. EFRC 12, 14, 58). Jesús es «hombre de vida interior, amante de la oración», y a la vez está entregado a la tarea de «anunciar el Reino y de hacer llegar la luz del Evangelio a todo el mundo», «saliendo al encuentro de las necesidades materia- les y espirituales» de cada persona. Cristo «asume el combate espiritual, la lucha perseverante y confiada (en su Padre) ante la realidad del mal y el pecado», «emprende con corazón magnánimo, entusiasmo y creatividad» su misión, se interesa por «las necesidades más apremiantes del mundo», «afronta con fortaleza y arrojo los desafíos» y dificultades, «aprovecha con audacia todas las oportunidades para anunciar el amor» y siempre «da lo mejor de sí mismo» (cf. EFRC 10, 13, 17, 20).

 

El anhelo de Jesús por el Reino y su amor a los hombres son dos caras de la misma moneda, pues Cristo es el Reino en persona. Él, que desea reinar en nuestros corazones y en la sociedad, nos invita a una continua y progresiva transformación en Él. Sentir su amor por nosotros y amar como Él nos ama, «hasta el extremo», transfigura nuestra actitud y nos impulsa hacia una «donación universal y delicada al prójimo, la servicialidad ingeniosa y abnegada, el trato bondadoso y sencillo, la misericordia con la debilidad de las personas, el hablar bien de los demás, el perdón y la reconciliación» (cf. EFRC 13, 14, 17, 20, 23).

 

La misa de Cristo Rey es ocasión de reunión para todas las vocaciones de una localidad o territorio. Suele ir precedida o seguida del rito de asociación de fieles laicos y ser ocasión para que los miembros de todas las vocaciones renueven su in- corporación al Regnum Christi. En las mejores ocasiones, el día entero es tiempo de celebración comunitaria para dar gracias a Dios y responder a su llamada.

 
 
Renovación de la asociación al Regnum Christi

Los laicos del Regnum Christi renovamos ordinariamente nuestra asociación una vez al año, al concluir la celebración eucarística de la solemnidad de Cristo Rey, acompañados por miembros de todas las vocaciones. Sin embargo, la fórmula de renovación puede ser de uso frecuente, individual o en equipo, para pedir a Dios la gracia de identificarnos más y mejor con el camino de santidad que Él nos propone en el Regnum Christi. Seguimos aquí las indicaciones del Ritual del Regnum Christi.

 

Fórmula

Señor, Tú me has llamado a vivir conscientemente mi vocación bautismal a la santidad y al apostolado según el carisma del Regnum Christi, para entregarme a Cristo desde mi estado y condición de vida a fin de que Él reine en mi corazón y en la sociedad. Por eso deseo renovar mi pertenencia al Regnum Christi como miembro de esta familia espiritual. Para ello me comprometo a:

 

  • Crecer en la amistad con Cristo desarrollando la vida de gracia a través de la oración y los sacramentos.
  • Vivir las virtudes evangélicas de la pobreza, la obediencia filial y la pureza en pensamientos y
  • Cumplir con amor y honestidad los deberes propios de mi estado de vida como un servicio a Dios y a los demás.
  • Empeñarme en mi formación integral y forjar mi liderazgo
  • Emprender y participar en iniciativas apostólicas.
  • Profesar un amor fiel y operante a la santa Iglesia, al papa y a los demás obispos.
  • Ofrecer generosamente mi oración, talentos, tiempo y haberes para colaborar en la misión del Regnum Christi al servicio de la Iglesia.

Me toca a mí, de mí también depende, que tus palabras, Señor, no se pierdan.

 

Me toca a mí que tu mensaje de salvación llegue a los hombres. Me toca a mí vivir de tal manera tu palabra que, cuantos me vean te reconozcan y te den gloria y se sientan impulsados por tu gracia a participar de la fe de la Iglesia y a dar testimonio vivo de ella. Me toca a mí encarnar el carisma del Regnum Christi para cumplir esta misión en la Iglesia y en el mundo. Amén.

 
 
Ejercicios espirituales

Los ejercicios espirituales son la oportunidad anual que nos brinda el Regnum Christi para alejarnos del mundo por tres u ocho días y entregarnos de lleno a la compañía del Señor. Representan un alto en el camino para atender a Quien camina con nosotros, escucharle, discernir Su voluntad, reconciliarnos en su mirada y revivir el fuego de su amor que nos impulsa a darnos a los demás.

 
 
Sacramento de la Reconciliación

«Aunque pequemos somos tuyos, pues reconocemos tu poder» (Sab 15, 2).

Reconocer el propio pecado o culpa es confiar en el amor misericordioso de Dios, abrirnos a recibir su perdón, ser libres hasta el final. La confesión frecuente aumenta el conocimiento de nosotros mismos, fomenta la humildad, ayuda a desarraigar las malas costumbres, aumenta la delicadeza de conciencia, combate la tibieza y la pereza, fortalece la voluntad, renueva la gracia del bautismo y nos conduce a una identificación más íntima con Jesucristo. El sacramento de la Reconciliación es un encuentro vital y renovador con Cristo y la Iglesia.

 

Acércate al sacramento actuando tu fe en la presencia y en la acción santificadora de Jesucristo. Trata de exponer tus faltas con orden, brevedad, propiedad, claridad e integridad. Acepta con espíritu sobrenatural las orientaciones del confesor y procura cumplir la penitencia con verdadero espíritu de reparación, lo antes posible. Ofrece tus obras y trabajos diarios en satisfacción por tus pecados. Agradece a Dios el don de su perdón y su amistad con una vida de mayor fidelidad a la misión encomendada.

 
 
Examen de conciencia

Esta oración nos ayuda a ponernos delante de Dios y pedirle ayuda en la preparación de nuestra confesión:

Señor y Dios mío, que conoces mi corazón, dame la gracia de examinar sinceramente y conocer con verdad el mío, de manera que descubra todos mis pecados, a fin de que, confesándome bien, y arrepintiéndome de ellos, merezca tu perdón y gracia en la tierra y la vida eterna en el cielo. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 

Puedes utilizar diversos recursos para preparar tu confesión: los diez mandamientos, las bienaventuranzas, los puntos para el examen contenidos en el ritual de la penitencia u otros ajustados a tus necesidades personales.

 
 
 
Rito de penitencia

Acogida del penitente

El sacerdote y el penitente dicen juntos:

 

+ En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

El sacerdote invita a la confianza en el perdón de Dios.

Sacerdote: Dios, que ha iluminado nuestros corazones, te con- ceda un verdadero conocimiento de tus pecados y de su misericordia.

Penitente: Amén.

A continuación, se hace la confesión, seguida de algunas recomendaciones del sacerdote y de la imposición de la penitencia. El penitente reza el acto de contrición (puede usarse esta fórmula u otra semejante):

 

Acto de contrición

Penitente: Dios mío; con todo mi corazón me arrepiento de todo el mal que he hecho y de todo lo bueno que he dejado de hacer. Al pecar te he ofendido a ti, que eres el supremo bien y digno de ser amado sobre todas las cosas. Propongo firmemente, con la ayuda de tu gracia, hacer penitencia, no volver a pecar y huir de las ocasiones de pecado. Señor, por los méritos la pasión de nuestro salvador Jesucristo, apiádate de mí. Amén.

 

Absolución

Sacerdote: Dios, Padre misericordioso, que reconcilió consigo el mundo por la muerte y resurrección de su Hijo, y derramó al Espíritu Santo para la remisión de los pecados, te conceda, por el ministerio de la Iglesia, el perdón y la paz. Y yo te absuelvo de tus pecados, en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.

Penitente: Amén.

 

Despedida

Sacerdote: Da gracias al Señor porque es bueno.

Penitente: Porque es eterna su misericordia.

Sacerdote: El Señor ha perdonado tus pecados. Vete en paz.

 
 
Oraciones para diversos momentos de la vida
 
 
Oración al Espíritu Santo

Guía: ¡Ven, Espíritu Santo!

Participantes: Llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.

Guía: Envía tu Espíritu creador.

Participantes: Y renueva la faz de la tierra.

Guía: Oremos:

¡Oh, Dios, que has iluminado los corazones de tus hijos con la luz del Espíritu Santo;

haznos dóciles a sus inspiraciones para gustar siempre el bien

y gozar de su consuelo.

Guía: Por Jesucristo, nuestro Señor.

Participantes: Amén.

 
 
Antes de comer

Guía: En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Participantes: Amén.

Guía: Bendícenos, Señor, a nosotros y estos dones tuyos que vamos a tomar y que hemos recibido de tu generosidad. Por Jesucristo, nuestro Señor.

Participantes: Amén.

 
 
Después de comer

Guía: Te damos gracias, Señor, por todos tus beneficios, a ti, que vives y reinas por los siglos de los siglos.
Participantes: Amén.

 
 
Oración para la renovación del Regnum Christi

Jesucristo, reunidos en tu nombre como familia espiritual, nos ponemos en tu presencia.

 

Tú te has dignado revelarnos el misterio del amor que arde en tu Corazón por todos los hombres y tu deseo de reinar en nuestras almas y en la sociedad.

 

Nos sentimos llamados a conocer mejor el don del Regnum Christi para que sea fecundo en nuestras vidas.

 

Te pedimos que envíes tu Espíritu: que sea luz para comprender y vivir con la mente y el corazón nuestro carisma y que estemos siempre prontos a dar una respuesta a las necesidades de la Iglesia y del mundo como apóstoles de tu Reino.

 

A ejemplo de María, queremos vivir nuestro camino descubriendo y acogiendo la acción de tu Espíritu aceptando tu designio con fe y alabanza por las grandes obras que has hecho y que sigues haciendo entre nosotros.

 

Jesucristo, Tú eres el centro de nuestras vidas. Con un amor renovado, hoy te decimos: “Cristo Rey nuestro, ¡Venga tu Reino!”

 
 
Oración para la comunión del Regnum Christi

Señor Jesús,

por el don del bautismo somos hijos de Dios reunidos en la Trinidad y en la comunión de la Iglesia. Tú nos has llamado al Regnum Christi,

una familia espiritual que quiere llevar tu amor a todos los hombres.

 

Ilumina mis ojos para ver el don que cada persona es. Abre mis oídos para escuchar las necesidades del otro.

 

Pon en mi boca la Palabra para encontrarme con mis hermanos y hermanas.

Vive en mi corazón para unirnos en ideales, propósitos y esfuerzos,

para que trabajemos juntos por hacer presente tu Reino.

Hazme consciente de que la comunión es misionera y de que la misión es para la comunión.

 

Recuérdame, cada vez que lo olvido:

somos un solo Cuerpo en Cristo y la mayor llamada es amarnos los unos a los otros como tú nos has amado para que el mundo pueda conocer tu amor.

 
 
Oración a san Miguel, arcángel

San Miguel, arcángel, defiéndenos en la lucha. Sé nuestro amparo contra la perversidad y las asechanzas del demonio: reprímalo Dios, te lo pedimos suplicantes. Y tú, príncipe del ejército del cielo, con el poder que Dios te ha conferido, arroja al infierno a Satanás y a los demás espíritus malignos que vagan por el mundo para la perdición de los hombres.

 
 
Oración del apóstol

Señor, que nos has dado la gracia de pertenecer a tu Iglesia y de participar en ella de tu misión de salvar a los hombres, ayúdanos a conocerte mejor, a seguirte más de cerca y darte a conocer a todos los hombres. Inspíranos valor y entusiasmo, para hacer- nos amigos de todos aquellos con quienes nos encontremos y podamos acercarlos a ti. Nunca permitas que te ofendamos en palabras o acciones.

 

Mantennos siempre cerca de ti y haz que seamos vigorosos miembros de tu Iglesia. Fortalece y acrecienta tu vida en nosotros, para que cuanto hagamos sea hecho contigo y para ti.

 
 
Oración de los laicos

Señor Dios nuestro, Tú que has puesto como fermento en el mundo la fuerza del Evangelio, concédenos a los llamados a vivir en medio de los afanes temporales que, encendidos por el fuego del Espíritu, nos entreguemos apasionadamente a la misión de hacer presente el Reino de Cristo en el mundo, para que Él sea todo, en todos.

 

Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 
 
Oración de los novios

En mi corazón, Señor, se ha encendido el amor por una criatura que tú conoces y amas. Tú mismo me la has hecho encontrar y me la has presentado. Te doy gracias por este don que me llena de alegría profunda, me hace semejante a ti, que eres amor, y me hace comprender el valor de la vida que me has dado. Haz que no malgaste esta riqueza que tú has puesto en mi corazón: enséñame que el amor es don y que no puede mezclarse con ningún egoísmo; que el amor es puro y que no puede quedar en ninguna bajeza; que el amor es fecundo y desde hoy debe producir un nuevo modo de vivir en los dos. Te pido, Señor, por quien me es- pera y piensa en mí; por quien ha puesto en mí toda la confianza para su futuro; por quien camina a mi lado; haznos dignos el uno del otro; que seamos ayuda y modelo. Ayúdanos en nuestra preparación al matrimonio, a su grandeza, a su responsabilidad, a fin de que desde ahora nuestras almas dominen nuestros cuerpos y los conduzcan en el amor.

 
 
Oración de los esposos

Señor, Padre Santo, Dios omnipotente y eterno, te damos gracias y bendecimos tu santo Nombre: tú has creado al hombre y a la mujer para que el uno sea para el otro ayuda y apoyo. Acuérdate hoy de nosotros. Protégenos y concédenos que nuestro amor sea entrega y don, a imagen de Cristo y de la Iglesia.

Ilumínanos y fortalécenos en la tarea de la formación de nuestros hijos, para que sean auténticos cristianos y constructores esforzados de la ciudad terrena. Haz que vivamos juntos largo tiempo, en alegría y paz, para que nuestros corazones puedan elevar siempre hacia ti, por medio de tu Hijo en el Espíritu Santo, la alabanza y la acción de gracias. Amén.

 
 
Oración en el aniversario del matrimonio

Oh, Dios, Señor del universo, que al principio creaste al hombre y a la mujer e instituiste el vínculo conyugal; bendice y confirma nuestro amor, para que expresemos siempre en nuestra vida el sacramento que celebramos en la fe. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 
 
Oración por la vocación de los hijos

Señor, te pido por las vocaciones de mis hijos, que sea cual sea la que hayas determinado para cada uno de ellos, obtengan la gracia de descubrirla y aceptarla conforme a tu voluntad, y se entreguen, dócil y generosamente a ella, cumpliendo fielmente los deberes que la misma les imponga.

Y si en tu infinita bondad quisieses llamarles a tu servicio, fórmame Señor, un corazón generoso y dispuesto que aprecie en su magnitud el don inigualable de la vocación sacerdotal y de la vida consagrada.

Dame, Señor, la alegría y la humildad de reconocer y agradecer tan fecunda bendición. Amén.

 
 
Oración en la espera de un hijo

Oh, Señor, Padre nuestro, te damos gracias por el don maravilloso con el cual nos haces partícipes de tu divina paternidad. En este tiempo de espera, te pedimos: protege este hijo nuestro, lleno aún de misterio, para que nazca sano a la luz del mundo y al nuevo nacimiento del bautismo. Madre de Dios, a tu corazón maternal confiamos nuestro hijo. Amén.

 
 
Oración por los hijos

Señor, ilumina la mente de nuestros hijos para que conozcan el camino que tú has querido para ellos, para que te puedan dar gloria y alcancen la salvación. Sostenlos con tu fuerza, para que alienten en su vida los ideales de tu Reino. Ilumínanos también a nosotros, sus padres, para que les ayudemos a reconocer su vocación cristiana y a realizarla generosamente, colaborando con tus inspiraciones interiores. Amén.

 
 
Oración de los hijos

Oh, Dios, que nos has mandado honrar padre y madre, escucha con benevolencia la oración que te dirigimos por ellos. Con- cédeles largos días de vida en la tierra, y consérvales la salud del cuerpo y del espíritu. Bendice sus fatigas y sus iniciativas. Recompénsales por todo lo que han hecho por mí. Inspírales el amor y la práctica de tu santa ley. Ayúdame a hacer todo lo que pueda por ellos. Y haz que después de haber gozado de su afecto en la tierra, tenga la alegría de vivir eternamente con ellos en el cielo. Amén.

 
 
Oración por los enfermos

Tú quisiste, Señor, que tu Hijo unigénito soportara nuestras debilidades, para poner de manifiesto el valor de la enfermedad y la paciencia; escucha ahora las plegarias que te dirigimos por nuestros hermanos enfermos, y concede a cuantos se hallan so- metidos al dolor, la aflicción o la enfermedad, la gracia de sentirse elegidos entre aquellos que tu Hijo ha llamado dichosos, y de saberse unidos a la pasión de Cristo para la redención del mundo. Te lo pedimos por Cristo nuestro Señor. Amén.

 
 
Oración por los que sufren

Oh, Dios, refugio providente de los que sufren; escucha la oración que te dirigimos por ellos. Serena y conforta a los enfermos, a los ancianos y a los moribundos. Da a los que les cuidan sabiduría y paciencia, tacto y compasión. Inspírales los gestos que dan alivio, las palabras que iluminan y el amor que conforta. Te encomendamos los corazones desalentados, en rebeldía, desgarra- dos por la tentación, atormentados por la pasión, heridos o profanados por la maldad de los hombres. Pon dentro de nosotros, Señor, tu Espíritu de amor, de comprensión, de sacrificio, para que llevemos ayuda eficaz a todos aquellos que encontramos en nuestro camino sufriendo. Ayúdanos a responder a su llamada: es la tuya. Amén.

 
 
Oración en las dificultades de la vida

Señor, haz que afrontemos con ánimo fuerte y sereno las dificultades, las obligaciones y las responsabilidades que tenemos y, consolados por ti, sepamos confortar a nuestros hermanos. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

 
 
Oración antes de un viaje

Señor, que llenas todo lugar con tu presencia: acompáñame en este viaje, para que llegue a mi destino y vuelva a casa sano y salvo. Que mi viaje sea un anuncio de alegría a todos los que encuentre, un mensaje de esperanza, un testimonio de vida cristiana. Amén. El auxilio divino permanezca siempre con nosotros. Amén.

 
 
Oración por un difunto

Señor, recuerda a N, a quien llamaste de este mundo a tu presencia; concédele que, así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con Él la gloria de la resurrección, cuando Cristo haga surgir de la tierra a los muertos y transforme nuestro cuerpo frágil en cuerpo glorioso como el suyo. Por el mismo Cristo nuestro Señor. Amén.

 
 
Oración para pedir la gracia de la buena muerte

Oh, Dios, que nos has creado a imagen tuya y has entregado a tu Hijo a la muerte por nosotros, concédenos la gracia de vivir vigilando en oración, para que podamos salir sin pecado de este mundo y descansar con alegría en el regazo de tu misericordia. Por Cristo nuestro Señor. Amén.

 
Oraciones de acción de gracias

I

Oh, Dios, Padre de todos los dones, de quien viene cuanto somos y tenemos, enséñanos a reconocer los beneficios de tu amor y a amarte con todas las fuerzas de nuestro corazón. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

II

Oh, Dios, fuente de todo bien, principio de nuestro existir y de nuestro obrar; recibe nuestro humilde agradecimiento por todos tus beneficios, y haz que al don de tu benevolencia corresponda el generoso empeño de nuestra vida al servicio de tu Reino. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

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