Aquí, el 2 de febrero de 1902, a lomos de un burro, llegó San Manuel González a realizar su primera misión. Pero se encontró con una realidad totalmente distinta a la que esperaba como párroco de pueblo: “Un Sagrario abandonado y descuidado lo recibió en la penumbra, pero allí el Señor lo esperaba callado, paciente pero con la mirada fija en él, lo que lo transformó para siempre dando una vuelta a su ministerio sacerdotal siendo su objetivo vivir para el Abandonado Sagrario”, nos explica Cayetana Álvarez, una de las peregrinas.
Ese encuentro con Jesús en la Eucaristía, el propio San Manuel lo cuenta así: “Fuime derecho al Sagrario. Ahí mi fe veía a un Jesús tan callado, tan paciente, que me miraba, que me decía mucho y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio: lo triste de no tener posada, de la traición, de la negación, del abandono de todos”.
Más tarde, San Manuel llegó a ser obispo de Málaga y de Palencia, pero siempre fue un apóstol de la Eucaristía.
“Después de participar en la Eucaristía y recibir el diploma que acredita nuestra visita y la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria-explica Cayetana Álvarez-, la Hermana María del Carmen, una de las misioneras eucarísticas, entre anécdotas y hechos históricos, fue dando a conocer la vida y espiritualidad de este gran santo sevillano que inspirado por las ‘Marías’ que estuvieron junto al Señor en el Calvario fundó esta congregación y cuyo carisma es evangelizar eucarísticamente, es decir, dar a conocer que es el mismo Jesús de Nazaret es el que habita en el Sagrario”.
“Nos encantó la palabra ‘eucaristizar’ utilizada por san Manuel González -continúa Cayetana- y que ellas viven de forma radical. Saber que es el mismo Jesús que vive aquí, que nos ama y quiere que nos acerquemos a Él, para que seamos sus amigos, que Él está en el Sagrario de forma silenciosa, pero efectiva para que sintamos su presencia real que nos escucha, mira, acompaña y, sobre todo, ¡ama!”.