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Beatriz se interesó en este retiro por tratarse sobre Teología del cuerpo. Hasta ese momento, nos cuenta, “mi comprensión del cuerpo y la sexualidad era limitada, porque tenía clara su función biológica y poco más”. Sin embargo, estos días han sido reveladores para ampliar su mirada “acerca de la manifestación exclusiva más grande de amor y la espiritualidad que este acto conlleva en comunión con Dios, porque pasa de un plano terrenal o mundano a ser una imagen del Cielo en la tierra y este planteamiento es clave para valorarlo”.

El amor humano refleja el amor divino

Durante las sesiones, “exploramos cómo nuestro cuerpo no es simplemente una entidad física, sino una manifestación tangible del amor divino: aprendí a apreciar la belleza de la creación y la conexión única entre nuestra espiritualidad y nuestra corporeidad”. Para ellos son fundamentales las enseñanzas de San Juan Pablo II pues “proporcionan una guía sólida para comprender el propósito sagrado de la naturaleza humana de nuestro cuerpo, el sentido de la complementariedad, de la existencia de dos sexos, y de cómo el amor humano refleja el amor divino”.

Las reflexiones personales, los momentos de oración profunda y la sólida formación de quienes imparten las sesiones formativas han sido la base de este retiro: “De manera muy amena te van haciendo un recorrido para que entiendas racionalmente y no sólo a través de los sentimientos, la perfección de la creación, volviendo al origen, a la comunión con Dios”. “En la relación con tu propio cuerpo -continua-, se debe reconocer la dignidad inherentemente divina que posee”.

 

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Un camino por recorrer

El retiro no solo abordó cuestiones teóricas, sino que también proporcionó herramientas prácticas para aplicar estos principios en la vida cotidiana. Al respecto nos comparte que aprendió “a ver las relaciones como un camino que recorrer, en batalla, aprendiendo a amar y a respetar la integridad de cada persona como un hijo amado de Dios”.

La conclusión de Beatriz ha sido que “este retiro de Teología del Cuerpo ha sido providencial, pues estamos llamados, en este mundo de tanto ruido a parar y a apreciar la belleza de la creación divina en la realidad y a no perder el asombro en el día a día porque detrás de paisajes, gestos, actos, miradas, etc., se puede ver el amor de Dios: sí, AMOR con mayúsculas, pues es el único insaciable”.